Bells Are Ringing (Vincente Minnelli, 1960)

Probablemente la última gran obra maestra del musical, hecha cuando ya el género estaba prácticamente agotado y acabado, reúne uno de los más modernos e ingeniosos guiones de Betty Comden y Adolph Green – una comedia tashliniana que hecha raíces en Damon Runyon como Guys and Dolls (1955) o Pocketful of Miracles (1961)– con la madurez creativa de Minnelli y sus colaboradores habituales. Pese a ello, y a que conserva intacta la capacidad única del musical para contagiar alegría, es una de las películas menos conocidas (apenas se distribuyó en Europa, y no tuvo éxito en Estados Unidos) y apreciadas de su autor, a quien por esas fechas y en esta película no dudaría en calificar de tal: los temas y el estilo son los mismos que los de los cuatro grandes melodramas y las dos grandes comedias que rueda en esos años, los últimos de la edad de oro del cine americano: Some Came Running (1958), Home from the Hill (1960), The Four Horsemen of the Apocalypse (1962) , The Courthsip of Eddie’s Father (1963), Goodbye, Charlie (1964) y The Sandpiper (1965).

Siempre me ha desconcertado la nula o pésima reputación de esta película. Tal vez su origen esté en que sus dos “estrellas” se cuentan entre los talentos más subvalorados de todo el cine americano: Judy Holliday y Dean Martin, que brillan aquí como pocas veces, y en papeles extremadamente difíciles, y tanto como actores que en cuanto cantantes y bailarines. Es posible que el reparto hubiera cegado a la mayoría ante las virtudes, para mi manifiestas, de Bells are Ringing en cualquier época, pero en 1960 era quizás demasiado tarde para plantear como musical una trama múltiple y tan compleja como la urdida y desarrollada por Betty Comden & Adolph Green, con un material tan denso que daba para tres comedias prosaicas. No se contentaron, como es frecuente, con una idea ingeniosa que sirviese para vender la historia y hacerla arrancar –la pequeña empresa de contestadores telefónicos Susananswerphone–, sino que introdujeron ramificaciones, sentimentales, personales, satíricas y criminales, perfectamente ligadas, pero que hacen que la película, poco espectacular, decididamente intimista, y patentemente rodada en los estudios californianos de la Metro, y no en Nueva York, rebase las dos horas de metraje y resulte excesivamente compleja para el público actual, a pesar de la ejemplar y lógica claridad que preside cada encuadre, cada ángulo de filmación, cada cambio de plano, cada desplazamiento de la cámara y de la modesta elocuencia con la que plantea, una vez más, las cuestiones existenciales que al parecer –a sus obras me remito, que no a sus declaraciones– preocupaban a Vincente Minnelli: el conflicto entre la realidad y el deseo, entre la apariencia y la acción, entre el éxito y los sentimientos, entre la colaboración y la creación solitaria.

Esa lógica esplendorosa que preside absolutamente toda la película, y que no permite separar sus componentes –es decir, que la forma y el fondo son exactamente lo mismo, uno e indivisible–, genera una armonía que es en sí misma musical, más allá de la partitura de Jule Styrne y de las letras de Comden & Green, por buenas, divertidas e ingeniosas que sean (y no lo son tanto escuchadas en disco como viendo la película). Da lo mismo que Judy Holliday ponga voz de abuelita o vozarrón de Santa Claus, que hable en francés o en italiano, o que cante The Party is Over…, todo cuanto hace en esta película es musical. Y no hace falta que la cámara trace movimientos sinuosos o majestuosos montada en grúa o en una discreta dolly, como hace en interiores; cualquier campo-contracampo – y los hay de planos generales en Scope con Judy en primer término y Dean en el fondo y con Dean Martin cerca, escribiendo o durmiendo, y Holliday en último término, haciendo otra cosa– está aquí dotado de la misma melodía interior. Y da la sensación de que Minnelli no necesitaba de un metrónomo, como Mamoulian: se contentaba con seguir los pasos de quienes se movían al ritmo de los latidos de su corazón o lograba que los inertes se pusieran en marcha y pudieran exclamar al final como el Jack Andrus (Kirk Douglas) Two Weeks in Another Town (1962): “Creí que no podría hacerlo, pero quise, pude, lo hice” (gracias siempre, curiosamente, a una mujer).

(Nickel Odeon, nº 2, invierno de 2001, pp. 161-163)

Bells Are Ringing (Vincente Minnelli, 1960)

2 comentarios en “Bells Are Ringing (Vincente Minnelli, 1960)

  1. Jaime dijo:

    Qué gran artículo y, efectivamente, qué gran e infravalorada película de Minnelli. Supongo que su aparente modestia, en comparación con las superproducciones de época (de Cita en San Luis a Gigi) o con los elaborados musicales más abiertamente artísticos (Un Americano en París o The Band Wagon), o la menor reputación musical de sus estrellas en comparación con Astaire o Kelly la han hecho siempre parecer menor, pero es cierto que su guión es de los mejores de los que dispuso Minnelli, y que Judy Holiday está absolutamente sensacional.

    Cómo está rodado y montado el número «Better than a Dream» es digno, verdaderamente, de un maestro, y aun así Minnelli se supera con la desarmante sencillez de «The Party’s Over».

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  2. Jaime dijo:

    PD: Por cierto, después de leer este artículo me sorprende no ver «The Bells Are Ringing» entre «Las imprescindibles» del año 1960 que Marías solía publicar en Miradas de cine (ni entre las del año 1959, si es que la película se completó en ese año).

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